viernes, 25 de diciembre de 2009

ALEGRES ÉRAMOS (Elvio Romero, paraguayo)

Usted sabe, señor,
qué alegría colgaba en la floresta;
qué alegría severa
como raigambre sudorosa;
cómo el alegre polvo veraniego
fulguraba en su lámina esplendente,
cómo, ¡qué alegremente andábamos!

¡Qué alegremente andábamos!

Usted sabe, señor,
usted ha visto cómo
la lluvia torrencial sempiterna caía
sobre un textil aroma de bejucos salvajes
y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos
su flora resbalosa,
su acuosa florería.

Usted sabe, señor,
cómo los sementales retozaban
hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,
con qué poder la noche deponía
su amargura en la altura del rocío
tal como deponía la desdicha
su arma en las arboledas.

Usted sabe qué alegre
aflicción de racimos por las ramas
en frutal arco iris vespertino;
cómo alegres luciérnagas subían
a encender las estrellas,
a conducir azahares que estallaban
como emoción nupcial o lumbraradas.

Usted sabe, señor,
que antes de que aquí se enseñoreara
la pobreza, frunciendo hasta las hojas,
desesperando el aire,
bien sabe, bien conoce
que cualquier miserable aquí podía
fortificar un canto en su garganta,
en su pecho opulento.

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!
Juvenil, ¡cómo izabas
una sonrisa fértil como un grano,
cómo te coronaban los jazmines
y cómo yo apuraba
mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

Antes, antes de la amargura,
antes de que sorbiéramos
un caudaloso cáliz de indigencias boreales,
antes de que amarraran los perfumes,
que en su reverso el sol guardase el hambre,
¡qué alegres caminábamos!

Antes,
antes de que el aura ofendieran,
de arrancar la raíz sangrándole los bulbos,
antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,
qué alegría, señor,
¡qué alegremente andábamos!

sábado, 12 de diciembre de 2009

DENTRO DE LA ARMADURA (Ana Rosa Bustamante, chilena)

Muy queda en la esperanza
me detengo,
como si ella fuera un dogma
y yo náufraga de cielos,
o fuera, - creo ahora -,
la armadura,
máscara raída en la batalla.
Dentro de ella fisgoneo a la vida,
por no decir la muerte,
armadura que nos embelesa,
para no verla,
despedazarnos
el cielo con todos sus cuentos.

Una vez el paraíso fue payaso,
respiramos por el ala de una paloma agónica
creyéndola viva,
sin máscara
tomamos la gota que no alcanzó a beber sedienta,
para limpiar el basural,
siempre ave blanca amanecida,
cantamos bajo la sombra de una luna muda,
y hasta hoy cantamos el canto melancólico,
de lo que una vez fue una horrenda herida.